jueves, 12 de marzo de 2015

Antonio Machado




        Antonio Machado     


Antonio Machado Ruiz (Sevilla26 de julio de 1875-Colliure22 de febrero de 1939) fue un poeta español, el más joven representante de la Generación del 98. Su obra inicial, de corte modernista, evolucionó hacia un intimismo simbolista con rasgos románticos, que maduró en una poesía de compromiso humano, de una parte, y de contemplación casi taoísta de la existencia, por otra; una síntesis que en la voz de Machado se hace eco de la sabiduría popular más ancestral. Dicho en palabras de Gerardo Diego,  Murió en el exilio en la agonía de la Segunda República Española.




                                      Yo voy soñando caminos


Yo voy soñando caminos 

de la tarde. ¡Las colinas 
doradas, los verdes pinos, 
las polvorientas encinas!... 
¿Adónde el camino irá? 
Yo voy cantando, viajero 
a lo largo del sendero... 
-la tarde cayendo está-. 
"En el corazón tenía 
"la espina de una pasión; 
"logré arrancármela un día: 
"ya no siento el corazón". 



Y todo el campo un momento 
se queda, mudo y sombrío, 
meditando. Suena el viento 
en los álamos del río. 



La tarde más se oscurece; 
y el camino que serpea 
y débilmente blanquea 
se enturbia y desaparece. 



Mi cantar vuelve a plañir: 
"Aguda espina dorada, 
"quién te pudiera sentir 
"en el corazón clavada"


Generación del 27



Generación del 27.                  

                                       Con el término Generación del 27 se conoce a un conjunto de poetas españoles del siglo XX que se dio a conocer en el panorama cultural alrededor del año 1927, empezando con el homenaje a Luis de Góngora organizado por José María Romero Martínez que se realizó en ese año en el Ateneo de Sevilla por el tercer centenario de su muerte y en el que participó la mayoría de los que habitualmente se consideran sus miembros. 
                                                 










Jorge Guillén                                                            


Los Jardines.

Tiempo en profundidad: está en jardines.
Mira cómo se posa. Ya se ahonda.
Ya es tuyo su interior. ¡Qué trasparencia
de muchas tardes, para siempre juntas!
Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.














Pedro Salinas

Fe Mía.
                             
  No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.


Rafael Alberti                   

Lo dejé por ti

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,

tanto como dejé para tenerte.









Gerardo Diego   
                                                                                                      
No verte

Un día y otro día y otro día.
No verte.

Poderte ver, saber que andas tan cerca,
que es probable el milagro de la suerte.
No verte.

Y el corazón y el cálculo y la brújula,
fracasando los tres. No hay quien te acierte.
No verte.

Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte,
no respirar, no ser, no merecerte.
No verte.

Desesperadamente  amar, amarte
y volver a nacer para quererte.
No verte.

Sí, nacer cada día. Todo es nuevo.
Nueva eres tú, mi vida, tú, mi muerte.
No verte.

Andar a tientas (y era mediodía)
con temor infinito de romperte.
No verte.

Oír tu voz, oler tu aroma, sueños,
ay, espejismos que el desierto invierte.
No verte.

Pensar que tú me huyes, me deseas,
querrías encontrarte en mí, perderte.
No verte.

Dos barcos en la mar, ciegas las velas.
¿Se besarán mañana sus estelas?




Dámaso  Alonso                                    
¿Cómo era


La puerta, franca.
Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras ella me llena el alma toda.




Vicente Aleixandre


Amante


Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.


Federico García Lorca


Poema de la siguiriya gitana. La guitarra           

Empieza el llanto 
de la guitarra. 
Se rompen las copas 
de la madrugada. 
Empieza el llanto 
de la guitarra. 
Es inútil callarla. 
Es imposible 
callarla. 
Llora monótona 
como llora el agua, 
como llora el viento 
sobre la nevada. 
Es imposible 
callarla. 
Llora por cosas 
lejanas. 
Arena del Sur caliente 
que pide camelias blancas. 
Llora flecha sin blanco, 
la tarde sin mañana, 
y el primer pájaro muerto 
sobre la rama. 
¡Oh, guitarra! 
Corazón malherido 
por cinco espadas.



Luis Cernuda                                

Orillas del amor.
Como una vela sobre el mar 
resume ese azulado afán que se levanta 
hasta las estrellas futuras, 
hecho escala de olas 
por donde pies divinos descienden al abismo, 
también tu forma misma, 
ángel, demonio, sueño de un amor soñado, 
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba 
hasta las nubes sus olas melancólicas. 

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán, 
yo, el más enamorado, 
en las orillas del amor, 
sin que una luz me vea 
definitivamente muerto o vivo, 
contemplo sus olas y quisiera anegarme, 
deseando perdidamente 
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma, 
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.